Conforme han ido endureciéndose los estándares anticontaminación y los límites legales de emisiones, más tecnologías han tenido que implantarse en los coches modernos. Los motores diésel y gasolina de la actualidad incorporan en casi todos los casos filtros de partículas. Estos sistemas reducen considerablemente las emisiones de estos contaminantes.
Las partículas, como su nombre indica, son elementos sólidos muy pequeñitos: un cabello humano tiene un diámetro de 50-70 micrómetros, las partículas PM10 menos de 10 micrómetros, y las PM2.5 menos de 2,5 micrómetros. Las partículas más pequeñas están directamente relacionadas con diversos tipos de cáncer, de ahí que se trate de evitar en la medida de lo posible su salida de los tubos de escape.
Dependiendo de las condiciones de circulación (carga, velocidad, revoluciones, temperatura ambiente y de escape…) los motores generan más o menos partículas, sobre todo usando inyección directa. Los filtros de partículas van atrapándolas en su interior, hasta que se acumula cierta cantidad y se produce a su incineración. En ese proceso las partículas se convierten en elementos menos nocivos para la salud de todos.
En los motores de gasolina con filtro de partículas (GPF) la destrucción de las partículas se hace de forma pasiva, realizando cambios en la inyección para elevar la temperatura de escape. En los diésel con filtro de partículas (DPF/FAP) el principio es el mismo, pero como trabajan con temperaturas de escape más bajas la destrucción de partículas (regeneración) es un proceso un poco más complicado. Hay filtros con mantenimiento (requieren aditivo) o sin él, consulta el manual de instrucciones para saberlo.
La conducción con bajas cargas de acelerador y marchas largas, fundamentalmente en zona urbana, y/o en trayectos cortos, con los sistemas de escape a temperaturas relativamente bajas, aumentan la concentración de partículas. Si no se conduce por autopista habitualmente (como una vez por semana) acabaremos llegando a un punto en el que haga falta limpiar el filtro de partículas. Usando determinados aditivos de limpieza o combustibles de mayor calidad (comparados con los básicos de la misma gasolinera) el proceso se puede retrasar, pero no evitar.
Tanto los coches de gasolina como los diésel intentarán por sus propios medios realizar las regeneraciones (equivalente a limpiar el filtro de partículas) de forma transparente al conductor, sin que se dé cuenta, solo se podría apreciar un leve aumento del consumo o que el ralentí suba de vueltas. Si no se han logrado las condiciones adecuadas para la regeneración, acabará saltando en el tablero el chivato amarillo del filtro de partículas o de avería motor.
Antes de tener que proceder a limpiar el filtro de partículas en el sentido estricto del término, se puede intentar una limpieza activa, y es colaborando por nuestra parte para que el filtro pueda regenerarse con altas temperaturas de escape. Con un gasolina bastará con conducir un rato por autopista, sin necesidad de superar los límites legales de velocidad, pero todo lo rápido que nos permita la señalización.
Con un diésel habrá que circular durante una media hora con una marcha más corta de lo habitual, para que las revoluciones superen las 2.500 RPM, elevando por tanto la temperatura de escape a más de 400 ºC. Esto no será necesario en aquellos modelos que, por los desarrollos del cambio, ya circulen revolucionados de forma natural en la marcha más larga. El trayecto debería ser llano o ascendente, cuesta abajo no será eficaz.
Si eso no ha bastado, es que sigue estando el filtro más taponado de lo admisible. Unos sensores detectan la contrapresión del escape, es decir, cuánto está el filtro de partículas taponando la salida de gases. Llegados a este punto, habrá que rascarse el bolsillo y realizar una limpieza física del filtro.
En caso de no hacerlo, el coche perderá prestaciones, aumentará su consumo y funcionará menos fino, hasta que tenga que pasar por taller sí o sí para recibir un filtro de partículas nuevo. Veamos qué métodos de limpieza hay:
Es la solución más barata si no se puede afrontar una limpieza más a fondo. Dependiendo del grado de obstrucción del filtro, bastarán tratamientos de 20 euros, o de hasta 10 veces más. En unos casos hará falta desmontar el filtro, en otros habrá que rellenar un bote de aditivo cada tres depósitos de combustible gastados. Esta solución es temporal y para salir del apuro.
En un taller especializado, el filtro de partículas se retira del sistema de escape para su limpieza. Esta se realiza con detergentes y agua a presión, o con un horno que genere altas temperaturas para fundir las partículas. Una vez comprobada la contrapresión, el filtro vuelve a soldarse en el sitio que estaba.
Este procedimiento implica también desmontar el FAP, se sumerge en una lavadora y se bombardea el filtro con ultrasonidos para que los restos acumulados se separen de las paredes del filtro, luego se seca y se vuelve a soldar. Este método es más económico, pero la limpieza es menos profunda.
Si estos métodos no son suficientes, quedarán dos caminos. El primero consiste en realizar una limpieza profesional con maquinaria específica, que garantiza una destrucción del 99% de las partículas, o la más dolorosa, sustituir el filtro de partículas por uno nuevo, lo cual suele costar entre 700 y 2.000 euros. Un filtro nuevo durará años, lo equivalente al primero si las condiciones de uso no cambian.
No supone una opción suprimir el filtro de partículas, ya que no solamente es ilegal y un atentado contra la salud pública, es algo fácilmente detectable en una ITV mediante diagnosis electrónica: la centralita del motor sabrá que no tiene un filtro de partículas instalado.
Por lo tanto, si quieres evitar tener que limpiar el filtro de partículas, ya conoces la fórmula: los motores modernos necesitan pisar autopista frecuentemente, hay que evitar los trayectos cortos, utilizar combustible de mayor calidad tiene sus ventajas, y por supuesto realizar el mantenimiento cuando toca y sin escatimar en calidades de aceite o de filtros.
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